La mente humana es maravillosa, ya lo dijo Albert Einstein en su momento y, desde luego, se trata de una de esas afirmaciones incontestables. No hay día en el que los seres humanos no dejemos de maravillarnos con lo que hacemos o decimos y eso ocurre porque hemos aprendido a no descodificar, a los demás, todo lo que se fragua en el interior de nuestra mente. Hasta tal punto somos sorprendentes que ocurre, en ocasiones, que ni nosotros mismos sabemos predecir como vamos a reaccionar ante una circunstancia, ante una opinión o ante una revelación. Somos capaces de sorprendernos a nosotros mismos y, por consiguiente, somos muy capaces de asombrar a los demás y lo podemos llegar hacer todos los días
Y en estos días en los que la invasión a Ucrania lo ocupa todo en nuestro país están ocurriendo otras cosas como: el parón de un sector numeroso de los camioneros o la subida de los carburantes o la subida de los precios de los alimentos básicos o el desabastecimiento, o el campo que languidece o los de nuestros pueblos que ya no saben dónde mirar o el cambio de estrategia con el Sahara, entre otros muchos asuntos del día a día, y todo esto nos tiene revueltos, nuestra visión se pierde entre aguas turbias que lo inundan todo.
Todas estas circunstancias están provocando que se esté produciendo un fuego cruzado de acusaciones entre las verdaderas intenciones que tienen los líderes de las protestas, manifestaciones, paros, huelgas o como quiera que se llamen y eso nos está produciendo, cuanto menos, un angustioso desasosiego.
Cada vez nos cuesta más creer todo lo que nos dicen, son demasiadas opiniones, demasiados intereses entrecruzados, demasiadas voces defendiendo y atacando unas posturas y las contrarias; cada vez nos cuenta más empatizar con quienes manifiestan su malestar y parecen no aguantar más, aunque, de alguna manera, también parece que seguimos teniendo la intención de ponernos del lado del más débil y eso es maravilloso porque entre tantas posiciones enconadas se puede empezar a correr el riesgo de que la mayoría de los ciudadanos decidamos no creernos nada, ni tan siquiera lo que parce evidente o lo que es obvio. O puede que esa sea la verdadera intención de alguien, quién sabe.
Es difícil entendernos y no me refiero tan solo a nuestra capacidad de llegar a acuerdos, sino a que cada vez es más enrevesado interpretar los verdaderos intereses que mueven a unos y a otros e, incluso, los que nos mueven a nosotros mismos. Toda nuestra realidad parece una maraña o no parece real, que aunque no es lo mismo nos puede parecer igual y, sin embargo, hay algo que nos sigue sorprendiendo de nosotros mismos y eso es maravilloso: aún nos mantenemos firmes en nuestro propósito fundamental de resistirnos a entender a quien es capaz de causar un inmenso dolor a quienes no pueden defenderse.
Fran Sardón