Cada día que pasa leo a más personajes públicos de la cultura, antes lenguas vivaces, reconocer con resignación que ahora prefieren camuflarse entre una mayoría silenciosa creciente que se va extendiendo por toda Europa y también por España y que ya suponen, en el caso de nuestro país y según una investigación social que lleva por nombre: “¿Hacia dónde van los derechos sociales en la Europa post-Brexit?, el 59,5% de la población y lo hacen, entre otros motivos, porque les aburre y les agota el lenguaje eufemístico, pudibundo y puritano que se ha extendido en la sociedad más rápido que el propio virus de todos conocido que nos tienen atenazados.
Es una auténtica lástima que voces siempre denodadas que nos sorprenden, nos incitan, nos estimulan e, incluso, nos provocan, siempre desde el respeto, estén dándose por vencidas con resignación y no por falta de energía combativa, sino por mero hastío y apatía emocional. ¿Si la cultura no desafía, estamos dejando morir a la cultura? ¿Si los intelectuales silencian, quienes alzaran la voz? Estas voces ahora deciden seguir empleándose con voracidad verbal en su círculo de confianza, pequeños círculos, aunque solo sea por diversión, para no sufrir las agresiones de quienes se han puesto al frente de la reprimenda más hiriente, despreciable e irrespetuosa.
Es una auténtica catástrofe, me atrevería a decir, que personas que dicen cosas con las que podemos no estar de acuerdo, pero que requieren de escucha y reflexión se les esté breando y hostigando con el objetivo de ridiculizarles y silenciarles y si no hubiera nada más bello que el silencio, que reinaran los sonidos del silencio, pero hasta el silencio ha sido injuriado por el mundanal ruido y ahora todo es estruendo y vituperio.
Hay también otras muchas personas, de hecho, son el grueso de esa mayoría silenciosa creciente, que al igual que estas voces versadas que antes escuchábamos con más asiduidad, también se están replegando en sus opiniones y como él lema de un fatal grupo de música: “callada y misteriosa”, callados se encuentran y evitan que nadie sepa lo que piensan: evitemos hablar de esto, evitemos halar de esto otro. Todo lo que pueda generar polémica evitémoslo. Hablemos de todo, pero solo de todo aquello en lo que estemos de acuerdo.
Asuntos cotidianos que pueden generar diferentes formas de entenderlos y grandes asuntos que dan lugar a diferentes interpretaciones se evitan y toda esa mayoría de personas pierden el hábito o la habilidad de hablar, de confrontar y de disputar la razón, pero van ganando, por contra, la habilidad de hablar sin que nadie sepa lo que realmente piensan. Toda esa mayoría de personas van quedando fuera de los radares de los que se dedican a interpretar lo que piensa las sociedades y trabajan con termómetros demoscópicos.
Ocurre, también, qué si perdemos la práctica de debatir y cuestionar, si perdemos la esencia de la filosofía y las enseñanzas básicas de los filósofos: “la duda nos lleva a la pregunta y la pregunta nos lleva a la verdad”, estaremos dejando en las manos y en las voces de aquellos que nos quieren imponer las “verdades incuestionables” algo tan importante cono la capacidad de elegir y la sana acción de equivocarnos.
Y si ya conforman una “mayoría silenciosa”, ¿dónde se encuentran todos esos miles de personas? Pues se encuentran ocultos tras del ruido y, en muchos casos ya, ocultados por la estridencia de las voces que incendian las redes y las tertulias que aparentan ser foros de debate, porque el ruido tiene un efecto llamada que el silencio ha perdido. Se encuentran en las ciudades y en los pueblos, se encuentran en todos los lugares y ahora los buscan, desesperadamente, los algoritmos y las encuestas como si de rara avis se tratasen cuando son la mayoría.
Fran Sardón
Cómo bien dices si la cultura,y los intelectuales se ocultan,no desafían, la sociedad ,el pueblo llano, terminará con un bozal en la boca. La «incultura» terminará adueñándose de las calles,y el pueblo derrotado…
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