Con motivo del día 3 de diciembre, Día internacional y europeo de las personas con discapacidad, las entidades sociales hemos querido poner el acento en una de las situaciones más pesarosas por las que está pasando una buena parte de nuestra población, de la cual nadie es ajeno con independencia del lugar donde vivan, aunque quizás lo estén sufriendo más las personas que viven en el medio mural por eso de la despoblación y el vacío. Una realidad que nos empobrece como sociedad, nos la hace menos digna e incluso la envilece. Me estoy refiriendo a la soledad.
La soledad no deseada es un hecho tan ignominioso que el mero hecho de imaginarnos que podemos encontrarnos solos o que podemos acabar nuestros días solos nos debería estremecer de pánico hasta último rincón de nuestro cuerpo, porque la soledad en nuestro tiempo va a en contra del sentido y el porqué de una sociedad que no es otro que el vivir en comunidad, el compartir y sentirse parte de algo grande y meritorio. La soledad no deseada es algo antinatural, que contradice la voluntad del ser humano de progresar y mejorar como especie. En la era de las comunicaciones, de las redes sociales y de la globalización, la soledad se torna como una consecuencia no esperada de esta evolución, una fatal consecuencia imparable y sobre la que no estamos sabiendo actuar como sociedad para corregirla, atajarla y combatirla como el enemigo poderoso que es.
Quizás, y digo tan solo quizás para que cada uno como individuo reflexione sobre ello, el estar totalmente conectados en lugar de posibilitar que nos conozcamos más y empaticemos con las dolorosas y lamentables circunstancias en las que están viviendo muchas personas y podamos activar esa parte que tenemos como ser humanos que nos diferencia de los animales que nos hace querer ayudar, querer contribuir y compartir nuestro tiempo con aquellos semejantes que no lo están pasando bien, parece que solo nos interesa mostrar nuestra parte más superficial y frívola y solo no es atractivo la parte más frívola y superficial de los demás. Nada de escuchar penas ni calamidades, nada hasta que nos ocurra a nosotros y entonces quizás sí esperemos y desearemos que alguien se ponga en nuestro lugar y nos escuche, porque la soledad es una enfermedad de nuestra sociedad que no distingue entre unos y otros y nos alcanzará a todos como una poderosa plaga.
Es cierto que no podemos estar permanentemente siendo conscientes de las partes más execrables de nuestra sociedad y de las miserias del ser humano, suficiente tenemos con uno mismo y mantenernos a flote y no es menos cierto que tenemos derecho a intentar ser felices al menos en algún momento de nuestra vida o de nuestro día a día, pero ¿qué podemos hacer como individuos con independencia que desde lo público también se haga algo con nuestros impuestos y desde lo privado también arrimen el hombro con nuestro consumo? Pues quizás, aunque suene paradójico, lo primero que tenemos que hacer es intentar ser feliz uno mismo, pero de verdad, sin escondernos tras vacuos escaparates, para poder de verdad ayudar a mejorar nuestra sociedad y a combatir de una forma efectiva la soledad. La filósofa londinense Elsa Punset afirma que “el estado natural del cerebro es la infelicidad porque lo único que le importa a nuestro cerebro es sobrevivir. Lo fácil es ser un cínico y lo inteligente es saber que puedes superar esta programación de serie y ser feliz”.
En la felicidad y la inteligencia radica el secreto. Prueben a emplear un poco de su tiempo a que otras personas no se encuentren del todo solas, verá como les hace feliz y ese estado anímico les ayudará a ser más creativos y ser mejores con sus seres más allegados. Sean inteligentes y escuchen, al menos un poco, qué es lo que les ocurre a los que se encuentran a su lado para que quizás a usted le puedan escuchar cuando lo necesite.
Ayer vi la magnífica película de “El Irlandés” del gran Martin Scorsese (espero que gane unos cuanto Óscars) y de alguna manera aborda este problema que está siendo protagonista de este artículo. No se preocupen, no voy a hacer spoiler, pero los grandes narradores y cronistas de nuestro tiempo nos están alertando sobre este grave problema que tenemos como sociedad y que, de no remediarlo, perderemos nuestra condición de ser humano y habrá vencido el cinismo. No nos conformemos con sobrevivir de cualquier manera.