A estas alturas de la vida ya hemos aceptado que las personas no siempre solemos hacer lo que decimos. Mantener nuestra palabra nos supone un esfuerzo y una disciplina moral que requiere de un entrenamiento diario que no siempre podemos realizar. Los compromisos del día a día nos lo impiden. Las circunstancias cambian y entonces nuestra palabra o nuestra opinión también puede trocar. No nos gusta y nos incomoda tener que explicar que no podemos cumplir nuestra palabra o que hemos cambiado de opinión porque a todos nos gusta presumir que somos personas de palabra, serios y circunspectos, pero muy pocas personas consiguen serlo porque en el fondo, ¿qué es el ser humano más que un ser contradictorio? La coherencia es la excepción.
Pero esta discordancia entre lo que decimos y lo que hacemos tiene algún que otro matiz. Por ejemplo, si yo digo algo e incluso comprometo mi palabra con la intención de ganar adeptos sabiendo de antemano que será muy difícil que pueda hacer lo que digo y consciente de que hoy por hoy todo se olvida casi al mismo tiempo que lo conocemos y casi a diario puedo empeñar mi palabra sin que nadie se acuerde de echármelo en cara, la contradicción que creemos intrínseca al ser humano se convierte en una falacia, en una farsa que inunda nuestros noticiarios y nuestras redes sociales. El discurso actual se basa en la técnica del barro, vamos incluyendo fragmentos y desechando otros en función de lo que indican las encuestas y la intención de voto hasta formar un relato maleable a nuestros intereses y susceptible de ser modificado. Los seres humanos que tan solo somos seres contradictorios recibimos tanta información y tantas opiniones a diario que nuestros quehaceres nos impiden discernir entre la coherencia y la incongruencia. No tenemos tiempo, pero necesitamos creernos algo o no creernos nada, que es otra forma de creer, para que no nos tilden de desinformados que al día de hoy es de lo peor que te pueden llamar. Hay que estar o ser un avezado, un perito en los asuntos que nos deben preocupar que no siempre son los asuntos que nos interesan, para ese tipo de asuntos estamos siempre muy atareados con nuestras cosas.
Necesitamos estar enterados con apremio porque lo que sabemos hoy, lo que nos creemos ahora es muy posible que no coincida con lo que sabemos y nos creeremos mañana. De un día para otro podemos refutarnos y malear nuestro credo sobre tal o cual asunto porque tan solo somos seres humanos y porque se lo vemos hacer a mucha gente sin que pase nada, absolutamente nada. Quien no tiene prisa, quien parece tomarse su tiempo para responder o para decidir puede parecer confuso y ese parecer parece que es intolerable e incluso reprochable y en algunas cuestiones así nos va: lo que se decide hoy con apremio, mañana habrá que modificarlo, habrá que cambiarlo o, incluso, habrá que hacer lo contrario, pero lo importante era tomar una decisión rápida y mostrar firmeza y “petarlo” en los medios. “Después de todo, mañana será otro día”.
Y como en este artículo estoy haciendo un reconocimiento a la contradicción que mejor ejemplo que contradecirme ahora mismo y cuando hace un momento he escrito algo así como que no pasa nada por contradecirnos y desmentirnos ahora digo que si que pasa, que aunque las personas de a pie seamos seres contradictorios no nos gusta que nos confundan que para eso nos valemos solos y así les va de bien y mejorando a quien mantiene firme el esqueleto de sus discurso frente a quién pretende cambiar una tibia por un peroné.
Nos guste más, nos guste menos la coherencia o la aparente congruencia está más valorada que la justicia o la razón, aunque pueda parecer contradictorio.